miércoles, 6 de octubre de 2010

Libre Acceso

Desde que las computadoras dejaron de ser un privilegio de la élite militar del primer mundo, programadores y programadoras intercambiaron sus creaciones para socializarlas, mejorarlas y volverlas a compartir. A su vez, compartieron sus programas con otras personas que, aunque no pudieran contribuir con su modificación, sí podían utilizarlos y socializarlos con otras. Más temprano que tarde, la mano “invisible” se dio cuenta de que esto era un peligro para la ganancia y el lucro que la han sostenido, así que empezó a apuntar con su dedo acusador y ordenó el cese de esta odiosa práctica. Este fue el principio de las restricciones: primero para que programadores y programadoras no pudieran compartir sus creaciones con la sociedad y luego para que no lo pudieran compartir entre ellos y ellas. Para que esto no tomara “tintes de dictadura”, se permitió compartir el derecho de uso de las creaciones a cambio de una cantidad monetaria; de esta manera “cualquiera” podría tener los programas, aplicando “algunas restricciones” de uso y sobre todo, de reproducción.

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